Las 11 Favoritas del año 2020 (+ extras)


Un año más se fue, uno complicado y resumido a una palabra: pandemia. Fue el año en el que cine llego al mundo, me refiero a la cantidad de películas que que fueron exhibidas en festivales que se vieron obligados a dejar sus formatos presenciales por las proyecciones virtuales. De eso nos aprovechamos para acceder a muchas películas. Me quedé con ganas de ver muchas películas pero acá un listado con algunas que disfruté, hasta hoy 30 de diciembre de 2020. 


 Menciones especiales:

  • Chaco (Diego Mondaca, Bolivia)
  • El agente topo (Maite Alberdi, Chile)
  • Relic (Natalie Erika James, Australia)
  • Undine (Christian Petzold, Alemania)
  • Historia de lo oculto (Jesús Ponce, Argentina)



  1. Se escuchan aullidos (Julio Hernández Cordón, México)
  2. Lúa vermella (Lois Patiño, España)
  3. Sin señas particulares (Fernanda Valadez, México)
  4. Luz nos trópicos (Paula Gaitán, Brasil)
  5. 도망친 여자 / The woman who ran (Hong Sang-soo, Corea del Sur)
  6. Siberia (Abel Ferrara, Italia)
  7. Never rarely sometimes always (Eliza Hittman, Estados Unidos)
  8. Imperdonable (Marlén Viñayo, El Salvador) + Alive (Jimmy Olsson, Suecia)
  9. 日子 / Days (Tsai Ming-Liang, Taiwán)
  10. μήλα / Apples (Christos Nikou, Grecia)

En un plano general se vislumbra la inmensidad de una ciudad, mientras un desfile de personajes anónimos recorren la plaza central de Tegucigalpa. De pronto, entre esa multitud la cámara concentra su atención en una figura, de quienes segundos atrás hemos conocido apenas cinco letras. Este personaje semi-anónimo observa sigilosamente su alrededor. De golpe y sin retraso, este personaje-figura conjura con su voz tres dimensiones de su vida: es un violinista, homosexual y ateo que vive y respira en el centro de Tegucigalpa. Esa revelación definirá el tránsito de la película y prepara una aventura llena de manifestaciones y declaratorias.

¿Qué hace un músico en una ciudad violenta? La obviedad salta a la luz como una verdad ausente de subjetividades y discursos sentenciosos, o quizás no. Estamos ante una visión, con recursos expresivos ya transitados en películas de no ficción, pero con un despliegue y elementos que potencializan su eficacia narrativa. Samantha Hernández decide retratar una Tegucigalpa onírica, descrita con frases polisémicas en palabras de un paladín que, con interludios de su vida, describe a la ciudad como un agente sonoro, con vida propia y texturas audibles definidas. 


En la película seguiremos a este personaje-figura, que con su voz da testimonio a sus avistamientos, nos conduce por los rincones de su mente y de la ciudad misma. Una ciudad que escuchamos como él la percibe; hay música en el aire, hay frecuencias bajas. La película obliga a ver y escuchar a lo que él presta atención y no solo eso, sino a tomar en cuenta sus expresiones, sus risas y modulaciones de voz, ambas son consecuentes con lo que ve.

¿De dónde viene? Un extraterrestre en una ciudad que ha decidido esquivar toda maldad y tomarla a su antojo, volverla suya. El pesimismo nunca asoma a pesar de rezar con frecuencia sobre un futuro incierto o de momentos que para muchos podrían ser el último. Pero, ¿quién no lo piensa? Así bien, en Merlo, todo se va abriendo como capas estratificadas, una metamorfosis con elementos de referencia imaginaria, sueños y recuerdos difuminados ante la imposibilidad de representación gráfica, un acierto de su directora que ha dotado de personalidad la película con capacidad para abrir y cerrar con un torbellino de emociones en apenas diez minutos; el tiempo preciso que necesita para concentrar su mensaje estético.

La cámara alterna el recorrido entre ese ecosistema urbano y la personalidad misma de una figura que acaba por completar una historia sobre las libertades, dos caras de una misma moneda, todo alejado de posibles tratos previsibles. Las secuencias funcionan al lograr acercarnos a la intimidad de su espacio, el hilo narrativo recorre las extensiones de su cuerpo, las expansiones de su universo y barren con la corrección. Cada transición deja un golpe sobre nuestras concepciones. Así también como parte de esas intimidades, la luz palpita en los exteriores mientras el arma de nuestro héroe recorre oculta en un estuche con cerraduras y correas bien cerradas.

En su laboratorio — un edificio de pisos amarillos —, las sombras cobran protagonismo, la luz incandescente se apaga y apenas señala su rostro, otro estuche se abre para conspirar en sus rituales que configuran el sentido de su vida. Basta con ver los encuadres que centran su mirada para notar que algo cambió. Esta ceremonia, ordena, orienta y controla sus declaraciones políticas; una burla para las convicciones de una sociedad conservadora como la hondureña. Es lo que yo quiero hacer. Yo quiero hacerlo y puedo hacerlo, la cámara recoge las imágenes de esas afirmaciones, la noche acoge la ciudad que pronto es asaltada por un abanico y pintura: estamos en otro espacio un espectáculo lleno de luces de neón. Acá no hay voces que nos expliquen lo que vemos, pero un rostro da fe de otro microambiente provisto de desfachatez, mientras el cuerpo danza al son de una electrizante música. Propios y extraños ven los movimientos de una silueta dotada de libertad, sin barrotes que la aprisionen. 

En Merlo, la carga dramática varía entre los espacios recorridos, aunque no podremos negar que se constituye de forma definitoria cuando en un turbio cambio de escena, el coraje y la bravura se transforma en música. Estamos en otro lugar distinto, más pulcro, huele a formalidad y esplendor. Pronto los sonidos de la ciudad —de sus calles y su gente— cobran sentido. El arma enfundada sale de su escondite, ese acto intensifica el goce. Faltarán palabras para describir el agobio y belleza a partes iguales que generan las notas de un violín que proclama libertad. Notas tocadas a gran velocidad con una sonoridad endiablada que consiguen asombro y fascinación. Es su música la que trasiega su sentir y comunica a un universo sus deseos, su sensibilidad y visiones de una ciudad, de un país. Tres ambientes, tres mundos, la ciudad de día y de noche.

Nuestro protagonista se ha formado un armazón con su propio lenguaje, entre sonetos, abanicos y blasfemias que interpelan a ese «algo» que parece ser un todo. Es un personaje que huye de las definiciones, tan real, que existe en una ciudad que vibra.

Este texto forma parte del CUADERNO DE EJERCICIOS CRÍTICOS I, publicado por el Centro Cultural de España en Tegucigalpa, año 2020. 

Pólvora en el Corazón (Camila Urrutia, 2019)

La ópera prima de la guatemalteca Camila Urrutia es una coproducción entre Guatemala y España, ganó tres premios a finales de 2019, en la edición 45 del Festival de Huelva, entre los que destaca el Colón de Plata a mejor actuación para sus dos actrices. La película ha continuado su recorrido en abril de este año, en la edición online del Festival South by Southwest (SXSW) a través de Amazon Prime. 

La película nos presenta en su conjunto a Claudia y María, que recorren como nómadas nocturnas las inclementes calles de Ciudad de Guatemala, allí, en una zona deprimida como reposo de recuerdos de la infancia y contrapuesto a las emociones generales del resto, una noche cambia todo su mundo al enfrentarse a una deprimente realidad que hace confrontarlas con sus deseos más profundos.
La joven realizadora guatemalteca, vuelca su preferencia por el registro de un conflicto personal, un duelo entre sus definiciones y su alrededor, un acierto que la hace romper con lo que intuimos está pasando, pero que no hace falta explicar. En el relato, estas almas mantienen una constante oposición entre la violencia y la caótica representación de sus esperanzas más sentidas, como si fueran el Yin y yang. La sensación es en principio, la de un par de almas atrapadas en una inmensa jaula con barrotes hechos de frustraciones, a la que se gritan herejías con la fuerza para fraguar una conspiración. 

El sabotaje propuesto, roza la locura, la prédica en su conjunto se rodea por situaciones cómicas que funcionan y refuerzan la tensión, se sienten muy naturales, una coordinación equilibrada entre la sociedad planteada y el duelo actoral que, también está bien logrado, aquí tenemos los corazones de la película.  Es en sus protagonistas que Urrutia concentra de forma definitoria, su concepción del país, como manifiesto para repensar el momento histórico que atraviesa la sociedad guatemalteca, un lugar donde el tránsito de aviones provoca suspiros de deseos por lograr una libertad que no encuentra, también en el que no hay donde escribir las denuncias. 


Hay algo representativo en la película, un cine que no busca encasillar a sus personajes en una determinada temática que, abuse de su construcción para crear empatía con respaldo del desprecio social. Estos caminos han sido transitados ya en la filmografía guatemalteca de los dos últimos años, con José (Li Cheng, 2018)  y Temblores (Jayro Bustamente, 2019), hay en estas, un denominador común desde el punto de vista religioso: la capacidad de la sociedad para rechazar y señalar los distintos rumbos de sus personajes con conjeturas de espanto y repulsión. Urrutia se aleja de sus pares al ofrecer un relato fresco que normaliza y plantea un mundo con otros males, distante de los señalamientos mundanos de la sociedad guatemalteca. 

La frescura que desprende Pólvora en el Corazón se mantiene en su narración inicial, todo juega a su favor, los alrededores y los pequeños espacios, desbordan de una verosimilitud que se apropia del relato, la electrizante música, que por segmentos hace explotar el prisma, enriquece sus intenciones y aporta a la atmósfera de desfachatez que tiene el filme, hace que los interludios se conviertan en viajes llenos de adrenalina y mantienen el interés sobre lo que espera llegando a su destino. 

En una segunda parte, la verosimilitud se vuelve lo contrario. Si bien, su estructura dramática está definida, es simple, directa y contiene un germen de situaciones interesantes, también es cierto que hay un par de tropiezos casi ingenuos que hace flaquear el resto del relato, aunque intentemos hallar alguna razón coherente. Y es en la introducción de nuevos elementos y personajes que hay un abuso en dar explicaciones sobre su psicología y se concede más tiempo del que realmente necesitan en el metraje. Está crisis provoca una disputa en su narración y aquello se rompe al resultar forzado y provoca involuntariamente algún momento risible, fuera de tono con la complejidad de su argumento. Es imposible no notar esta fractura en las relaciones causales, o al menos, la llegada muy brusca del desenlace. Una resolución que es cierto, hace estallar todo. 

A pesar de los momentos en que la mecha se apaga, la película en su conjunto se hace disfrutable, el dilema de las protagonistas, interesa, se refuerza y crea empatía, ellas materializan pretensiones colectivas: las de hacer explotar una sociedad. Con esta propuesta, Urrutia es una voz más en el cine centroamericano, me interesa y hay que seguirla de cerca.  

Polvora en el corazón (Guatemala, España, 2019)

Dirección: Camila Urrutia / Guion: Camila Urrutia / Duración: 87 min. Reparto: Andrea Henry, Vanessa Hernández / Fotografía: Paolo Girón / Música: Paloma Peñarrubia, José Tomé. 

La música | Pólvora en el Corazón